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Hablar de igualdad no es borrar las diferencias. Es reconocer que, aunque tengamos roles distintos, todos tenemos el mismo valor. Tú y yo no elegimos nacer hombres o mujeres. No elegimos nuestro color de piel, nuestro idioma, ni muchas de las condiciones que marcaron nuestras primeras experiencias. Pero tenemos el derecho a ser tratados como personas completas, valiosas y capaces de decidir sobre nuestras vidas. Respetar es reconocer el valor del otro, incluso si no estoy de

Vivimos rodeados de voces. Algunas nos guían con amor, otras nos gritan con exigencias. Desde niños, el mundo comienza a decirnos qué hacer, cómo comportarnos, qué estudiar, en qué creer. Lo triste es que muchas veces, esas voces se vuelven tan fuertes que terminan silenciando la más importante: la nuestra. Y lo más grave es cuando esas imposiciones no vienen solo de la familia o de la cultura, sino también de leyes y estructuras que deberían protegernos.

Vivir con propósito significa vivir en coherencia con lo que es verdaderamente importante para ti. Es vivir desde adentro hacia afuera. Es saber que tu vida no solo tiene valor, sino también dirección. Que tus decisiones no están dictadas por el miedo o la costumbre, sino por lo que te mueve, lo que amas, lo que deseas aportar.

Empoderarte significa recordarte que tienes derecho a elegir. Es reconocer que, aunque no siempre puedas controlar lo que te sucede, sí puedes elegir cómo respondes, cómo te hablas y cómo te tratas. Es reclamar tu voz, tu dignidad y tu valor. No para hacerte más que nadie, sino para no seguir creyendo que vales menos que los demás.

Vivimos tiempos en los que, muchas veces, aprendemos a callar nuestras propias decisiones para complacer, para encajar o simplemente para evitar el conflicto. Sin darnos cuenta, vamos cediendo pedazos de nuestra libertad emocional… hasta que un día despertamos sintiendo que ya no sabemos quiénes somos, ni por qué vivimos como vivimos.

Vivimos cargando historias que no se ven, pero que nos pesan. Heridas del pasado que no sanaron del todo, situaciones que no tuvieron cierre, palabras que dolieron… y muchas veces, lo que más nos impide avanzar no es el dolor, sino la falta de perdón. Y aunque no siempre lo reconozcamos, perdonar es un paso esencial para sanar verdaderamente.

A veces, creemos que nuestro pasado nos define. Que las decisiones que tomamos —o que permitimos que otros tomaran por nosotros— son un peso del que nunca podremos liberarnos. Pero hoy quiero invitarte a mirar tu historia con otros ojos.

A veces, sanar no se trata de olvidar el pasado, sino de verlo con otros ojos, desde la madurez, la comprensión y el amor propio. Solo al comprender qué heridas aún están abiertas, puedes evitar repetir patrones que te limitan. Solo al mirar hacia atrás con amor y claridad, puedes trazar un nuevo camino con más seguridad.

Escuchar a nuestro yo interior no es algo místico ni complicado. Es volver a conectarnos con lo que sentimos, necesitamos y deseamos en lo profundo. Es dejar de vivir desde el deber y comenzar a vivir desde la verdad interna. Porque implica dejar de complacer y empezar a priorizarte.

Hay momentos en los que no entendemos por qué reaccionamos de cierta manera: nos sentimos desbordad@s, ofendid@s, desconfiad@s, a la defensiva… como si todo fuera una amenaza. Lo que muchas veces ocurre es que no estamos respondiendo al presente, sino a heridas del pasado que aún no han sanado. Y cuando actuamos desde esas heridas, lo hacemos con miedo, con desconfianza, con resentimiento. Terminamos alejando lo que más deseamos: amor, conexión, paz.