Blog

Vivimos rodeados de voces. Algunas nos guían con amor, otras nos gritan con exigencias. Desde niños, el mundo comienza a decirnos qué hacer, cómo comportarnos, qué estudiar, en qué creer. Lo triste es que muchas veces, esas voces se vuelven tan fuertes que terminan silenciando la más importante: la nuestra. Y lo más grave es cuando esas imposiciones no vienen solo de la familia o de la cultura, sino también de leyes y estructuras que deberían protegernos.

Vivimos tiempos en los que, muchas veces, aprendemos a callar nuestras propias decisiones para complacer, para encajar o simplemente para evitar el conflicto. Sin darnos cuenta, vamos cediendo pedazos de nuestra libertad emocional… hasta que un día despertamos sintiendo que ya no sabemos quiénes somos, ni por qué vivimos como vivimos.

A veces, sanar no se trata de olvidar el pasado, sino de verlo con otros ojos, desde la madurez, la comprensión y el amor propio. Solo al comprender qué heridas aún están abiertas, puedes evitar repetir patrones que te limitan. Solo al mirar hacia atrás con amor y claridad, puedes trazar un nuevo camino con más seguridad.

Escuchar a nuestro yo interior no es algo místico ni complicado. Es volver a conectarnos con lo que sentimos, necesitamos y deseamos en lo profundo. Es dejar de vivir desde el deber y comenzar a vivir desde la verdad interna. Porque implica dejar de complacer y empezar a priorizarte.

Hay momentos en los que no entendemos por qué reaccionamos de cierta manera: nos sentimos desbordad@s, ofendid@s, desconfiad@s, a la defensiva… como si todo fuera una amenaza. Lo que muchas veces ocurre es que no estamos respondiendo al presente, sino a heridas del pasado que aún no han sanado. Y cuando actuamos desde esas heridas, lo hacemos con miedo, con desconfianza, con resentimiento. Terminamos alejando lo que más deseamos: amor, conexión, paz.